Esa tarde de agosto, donde corría anuncio de tormenta, el calor sofocante abrumaba mi mente. El sonido del mar a lo lejos sólo era capaz de acentuar el escosor de este lugar, más muerto que un gato ahogado en una noria.
La brisa... la cálida brisa de verano sólo dejaba humedad; un ambiente pegajoso en donde cada suspiro era una ardiente agonía.
¿Quién iba a pensar que todo esto estaba perdido ya? ¿acaso la ausencia de nubes no demostraba la austeridad de mis esperanzas?
Con el tiempo he sido fuerte, pero ese día... ese día no puede más, recuerdo como ese silencio mortal taladraba mis tímpanos y los dejaba húmedos como la corteza de las palmeras. Las ruinas de una ciudad yacen bajo el vaivén de las olas y mi capacidad de entendimiento poco a poco se fue desmoronando.