Dentro de la bóveda celeste, donde la imaginación vuela y se pinta la delgada línea entre la realidad y los sueños, el tiempo planea su estrategia.
Algunas cosas se quedarán, otras se irán; algunos campos reverdecerán y otros se volverán agrietados y estériles.
Sin otra actividad, además de unir las estrellas con los dedos, el infante no se percataba que su momento se acerca como caballo desbocado.
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